8 may 2013

Efectos de la contaminación


Efectos de la contaminación
El agua en Canelón Chico provoca diarrea en las vacas y se quiebran alambrados
+ María Orfila @orfilamaria -·         ©


La contaminación hace estragos


Un olor penetrante que irrita la vista, aire que quiebra los alambrados, vacas que tienen diarrea. Son algunas de las consecuencias de la contaminación del arroyo Canelón Chico, un pequeño afluente del río Santa Lucía, ubicado a 10 kilómetros de Aguas Corrientes.

“Compare esta bosta con aquella. Esa está dura y esta está aplastada. Deberían estar bosteando bosta dura”, explicó Antonio (que al igual que sus vecinos prefirió dar otro nombre), dueño del ganado afectado por la contaminación.

Su predio es un pequeño terreno ubicado entre la planta de tratamiento de aguas residuales de OSE y el arroyo al noroeste de la ciudad de Canelones, un rincón que comparte con siete familias. Todos viven a diario extrañas situaciones por la combinación de cuatro factores: los vertidos de la planta, los vertidos de un frigorífico, las fumigaciones con glifosato en campos linderos y la basura que arrastra el agua desde Canelones. La acumulación de bosta chirla en su campo es solo uno de los efectos que empezaron a sufrir desde hace unos pocos años.

“El veterinario me dijo que era por el agua. Dijo la justa. Toman el agua del arroyo y vienen con diarrea que les dura tres o cuatro días”, completó.

Después de cada creciente del Canelón Chico, como la de esta semana, Antonio y su esposa Cristina se pasan largo rato sacando preservativos enganchados en el alambrado. También encuentran materia fecal, jeringas y toallas higiénicas. “Es una peste”, afirmó ella.

La basura es arrastrada por el arroyo desde la ciudad de Canelones, alimentado por la cañada del Pescador, surcada por varios basurales y nutrida por el vertido directo de aguas servidas de las casas precarias. Más arriba están los vertidos del frigorífico Canelones, el que procesa alrededor de 900 reses por día. A la entrada de la ciudad se percibe un fuerte olor que es “constante e insoportable”, a juicio de Emanuel Machín, magíster en Ciencias Biológicas, quien impulsa la creación de una reserva ecológica de 400 hectáreas a la altura de la estación François Margat  debido a su biodiversidad y para filtrar naturalmente el agua que, por la corriente, termina en las canillas del 60% de la población.

Pero la basura también sale de la “fuente” de OSE. La “fuente” es el desagüe de la planta de tratamiento de aguas residuales en medio de una laguna dentro del predio de Antonio. Ese estanque siempre sirvió para que los 20 animales del productor (vacas, cabras y caballos) fueran a beber mientras pastan bajo el sol. Pero desde hace unos años se rehúsan a hacerlo. “Se mueren de sed. Empiezan a balar y balar. Les abrís la tranquera y se van corriendo a las piletas”, contó.

En teoría, el agua sale tratada, pero una película amarronada y espesa se extiende en la superficie. Esa sustancia queda luego desperdigada por el campo, cuando bajan las aguas. La gran cantidad diseminada que había este jueves sorprendió a Diego Martínez, uno de los integrantes del equipo de Machín. “Quizá hay excremento en el fondo, pero esto es excesivo. El problema es saber si se está haciendo el tratamiento correcto”, dijo.

Los animales sedientos no tienen mejores opciones. El tajamar que construyó Antonio ya no se puede utilizar porque se le contaminó en una crecida. “Solo se usó una vez”, lamentó el productor. En las piletas empezó a aparecer una especie de alga. “La dejás secar y parece hilo de sedalina”, ilustró. Esa cosa verde, presente en todos los bebederos, no de-saparece ni aunque se eche cloro. Todavía no fue analizada por los biólogos pero, por lo menos, no le produce diarrea al ganado. Antonio desistió de ir a buscar agua a la ciudad debido al gasto y la complejidad que eso supone.

El productor y su familia beben agua de pozo del que ya no confían e intentarán analizarla “al menos una vez al mes”.

Si no fuera porque Antonio se levanta a las 4:30 de la mañana, lo despertaría un fuerte olor a “ácido de batería”. Esa ráfaga, según los testimonios recabados en la zona, se siente en la mañana y en la tardecita. A Cristina, su esposa, le “quema la nariz”. El olor proviene de los químicos utilizados en la planta de OSE, dicen los vecinos. Al mediodía, cuando El Observador visitó la zona, todavía persistía un hedor en el aire que irritaba los ojos y provocaba  picazón en la piel.

Esto podría ser la causa de otro extraño fenómeno que se da en este campo. “El viento ácido hace que el alambre se reviente solo”, relató Antonio.

Ver para creer. Antonio tomó un trozo de alambre herrumbrado y, como si fuera una fina rama, lo partió sin esfuerzo. Lo había colocado hacía menos de seis meses. En condiciones normales, el alambrado dura “toda la vida de un cristiano en el campo”, aseguró. Pero eso no pasa en su casa. Ni en la casa de su vecino Washington. Las crecidas del arroyo Canelón Chico aceleran el proceso. Hasta que un día, el alambre “revienta”. Tarda más o menos lo mismo que lo que se demora en cosechar el maíz que crece en su campo. La faena les insume comprar más de 50 kilos de alambre cada año y más de $ 6.500, a lo que se suma el recambio del alambrado eléctrico cada siete meses.

El agua del arroyo corre turbia. En enero y febrero de este año aparecieron decenas de peces muertos (y con una extraña hinchazón) en el cauce y, según los vecinos, esa situación se repite con frecuencia. Ni Antonio ni Washington se atreven a pescar bagres y tarariras como hacían antes. Además, Machín y su equipo vieron más de 50 bogas en un de los desagües de OSE en el Canelón Chico. Las bogas comen heces.

En las orillas, la vegetación tiene un tinte negro y las ramas están secas. Un sauce de la orilla se cayó hace unos días. Cuando Antonio fue a cortar el tronco que había caído sobre su alambrado, salió el mismo olor a ácido que huele en las mañanas. “Antes había horneros y pajaritos lindos, de colores, como cardenales. Ahora no hay ni perdices. Pero las cotorras no se van”, relató. Las aves se fueron de estos campos y de las 150 hectáreas de cultivo de soja (las que fumigan cada 10 días) circundantes.
Machín y su equipo encontraron 123 especies en el corazón del proyectado parque François Margat. Su creación, a juicio de sus promotores y vecinos, devolvería la imagen de tesoro natural que hoy se esconde de la vista.


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